Fernando Melo Pardo es académico de la Escuela de Arte de la UdeC. Naturalmente, aunque el mundo entero puede ser su estudio, el trabajo formativo que realiza es llevado a cabo en dependencias de la universidad, particularmente en el Lamdi (Laboratorio de medios digitales), en el tercer piso de la Escuela. En este lugar se realiza la presente entrevista, entre filas de ordenadores que son utilizados en el aprendizaje de técnicas relacionadas a la fotografía, revelado y edición digital.
– Tengo la sensación, por las publicaciones en tu cuenta de Instagram (@fernandomelopardo) y en tu blog (fdomelop.blogspot.com), que tu trabajo fotográfico tiene algo de cotidiano. Lo digo por las fotografías de ciertos lugares de Chillán y alrededores, como si fueras caminando y de pronto dieras con un cuadro. ¿Por qué te atrae este estilo?
– Pienso que hay que separar la obra de las redes sociales. Instagram, en la cual estoy hace muy poco, tiene esa dualidad de formato instantáneo tomadas con celular y también permite subir fotos de tus archivos. Y lo que he estado subiendo son archivos de mi trabajo serial y fotos cotidianas. Instagram permite dar una mirada tal vez más directa y fresca de lo que hace un fotógrafo en este caso, pero no representa un cuerpo organizado o editado porque no es su fin. En todo caso no acostumbro disparar a casi todo con el celular, además que esta nueva practica en mi caso fue producto de quedar un año sin cámara, obviamente tengo acceso a otras cámaras, pero ¨mí cámara¨ tuvo una falla muy seria y siendo un equipo profesional cuesta reparar. Otro factor muy doloroso y que me mantuvo en un margen fue la muerte de un hermano. En resumen un tiempo distinto donde por primera vez comencé a sacar fotos con celular, cosa que al principio sentía hasta como algo indigno, ¿no? (Ríe).
– (También ríe).
– Y le fui pillando las mañas y algunas fotos quedaban bastante bien al punto que al subirlas algún amigo preguntaba “oye, con qué cámara la tomaste”, y respondía: “con un sopaipaphone”, un nombre con humor y despectivo a las cámaras de celulares, y, claro, hay varias fotos que están tomadas con celulares.
– Tengo entendido que hay fotógrafos que utilizan cámaras de celulares como parte de su trabajo…
– Por supuesto, con total coherencia de sentido y soporte. Es la respuesta actual tal vez a lo que se hizo con Polaroid en los ‘70 y ‘80. En mi caso fue una cuestión bien bonita porque el celular me permitió conectar lo cotidiano a la foto y mantener activa la observación y fotografiar, que es lo importante, son fotos al fin de cuentas. No perder el oficio, la mirada, la intuición, la luz, a veces en viajes tomaba las fotos desde el hotel, una suerte de seguimiento, bitácora del horario y los días. Sin cámara, ¿a qué le echas mano? al celular, simple. Con la tecnología actual se pueden tomar fotos increíbles con celulares, pero no es lo mismo que sentir el peso de una cámara en tus manos.
– Recuerdo especialmente una exposición tuya en la Pinacoteca, Ríos y Ruralidad, donde mostrabas paisajes nocturnos alumbrados con unos focos grandes, y se veían árboles, riachuelos, en fin, paisajes. ¿Tu trabajo persigue el paisaje?
– Rondar, una suerte de deja vú heredado, no perseguir. Mi relación con el paisaje es algo que viene desde la infancia, asunto que aborda el documental “El Rectángulo en el ojo” (www.rectanguloenelojo.cl/fernando-melo/documental/ ), cuyo guion se basa en los viajes a los bosques con mi papá Jose Melo, experiencia que ha marcado todo mi trabajo. Nací en un barrio industrial, en Penco, refinería de azúcar, muy cercano al mar, ajeno a la realidad del campo interior. Sin embargo, esa cercanía y raíz campesina que llevaba mi padre marcó, mi relación con el paisaje. Me dediqué 9 años a la pintura, donde era recurrente la materia botánica, una pintura muy orgánica y muy ambiental… me refiero a reflejar un estado y sensaciones en el paisaje, el frío, temperaturas, luz y oscuridades. En la fotografía y en arte en general cuando declaras que tu marco de interés es el paisaje aún se percibe un poco extemporáneo, incluso hace unos años cuando nombrabas la palabra paisaje muchos arriscaban la nariz, poco menos que “eras conservador” o “anticuado”. Pero finalmente la búsqueda y el trabajo termina comunicando lo que deseas.
Actualmente, el ciclo vuelve y se ve más trabajo en torno al paisaje tal vez como devenir del concepto de ¨lo fotográfico¨, territorio-lugar-lo intermedio etc., los nuevos fotógrafos que se dan cuenta que el tema urbano y la forzada a ratos preocupación contingente los hace dirigir su percepción e interés más allá de la urbe y lo político. Insisto, son ciclos.
– El paisaje es un cuerpo complejo, sobre todo ahora. En esta lucha producto de las transformaciones del mundo urbano, el habitar, lo industrial, y la naturaleza, principalmente. Hay que aislar el paisaje como concepto de territorio y de naturaleza, cuando me enfrento al paisaje también me enfrento a la naturaleza y nuestra cultura, es una aproximación a ¨un algo¨ desde diferentes frentes como fenómeno donde ocupa un lugar la poética y la imaginación. El proyecto que tú aludes (Ríos y ruralidad) está asociado a la ruralidad, al campo, sin ser documentalismo, entonces ahí está mi postura; “¿cómo hago esta foto y no parecer una portada de LP de los Quincheros?”, por decir un cliché de campo, ¿no? (Ríe). Y que tampoco sea portada para una revista ecológica. Estoy desde un espacio más liminal.
– Entonces, si bien es cierto, en algunas fotos tras las capas del mensaje, la huella que hay detrás de ella, alude –por ejemplo- a la escasez de agua del campo que conversando con los lugareños sí es una realidad, sin embargo, en los textos no lo menciono siquiera, pero está ahí, indicialmente en la foto. El huir del folclorismo o del cliché de la estética fotográfica contemporánea son cuestiones del proceso de avance y retrocesos como fotógrafo, que las fotos parezcan contemporáneas, que sean, pero no forzar que parezca contemporánea finalmente la edición es donde se da el sentido y la honestidad de lo que se busca.
– Ríos y Ruralidad, fue un proyecto Fondart regional que originalmente fue postulado el Fondart nacional (no fue considerado), iba a abarcar Chile, no bajo la obvia figura “desierto-cordillera-mar”, casi como línea temática escolar, sino en su acepción de territorio, donde puedo elegir del norte Copiapó y no Arica, ¿entiendes? O del sur puedo elegir un pedregal perdido en la pampa, pero no las Torres del Paine. La inmersión en este territorio chileno, como intención, no la he podido realizar. Está ahí hasta que resulte, sin embargo quede muy conforme con mi aproximación en los campos del Biobío; Ninhue, Tomeco, Quillón, Chillán, Penco y la ruralidad de los cerros, etc., lugares de la región, no todos, pues no se trata de un equilibrio numérico de lugares, sino de interés, atractores y tiempo. En algún momento necesitaba fotografiar quebradas, una figura de la infancia, el lugar prohibido para jugar en los campos: “no te vayas a meter ahí”, pero los niños íbamos igual, me interesaban no un asunto ecológico, sino como un activador de la imaginación. No es de importancia en la foto si es bueno o si es malo el efecto quebrada en la naturaleza.
– Declarar “quiero quebradas”, acciona averiguar dónde están las quebradas. En Tomeco hay quebradas, en Florida también, me señalaron. Entonces los lugares a veces los busco hasta por su nombre. “Tomeco”, por ejemplo, fue un dato pero también me gustó la sonoridad del nombre. Los factores no son solamente técnicos, ni geográficos ni morfología del paisaje, también inciden los misterios de la comunicación y la propia biografía. La palabra Tomeco me sonaba a ruda, tosca, muy campesina. Y si pronuncio Ninhue, un lugar a donde también fui y me fue muy bien, te activa la memoria de la escolaridad, Arturo Prat, la hacienda de Puñual, tiene ese peso de memoria histórica, una construcción cultural. En el momento de la foto no voy a fotografiar Ninhue como una postal de Ninhue, pero en la bajada de la foto dice ‘Ninhue’.
– El paisaje es complejo, me atrae, en lo espiritual, me calma. Llego ‘a pata’, sin auto, de hecho, ni siquiera sé conducir; en micro rural, camino, porque caminando llegas a lugares imposibles, claro, más limitante en las distancias, pero la inmersión es más fuerte. Te cansas, respiras, te rasguñas, se te tiran los perros, tienes que cuidarte de los cazadores en la noche; en fin, es una experiencia vital que es parte y se transmite en lo que haces. Puede que haya algo de romanticismo en ello, pero tampoco es algo que deseo expresar en los catálogos o textos, porque es parte de un proceso tan necesario como íntimo.
– ¿Qué fue lo que pasó en tu viaje a México que te hizo cambiar de switch, de la pintura a la fotografía?
– México 1994 fue un viaje producto de un premio en pintura. Llego al DF sin mayor información, entonces entenderás que para un pintor joven, entonces, la lógica era “ok, voy a ver los murales”, pero a mí nunca me interesaron, no me interesan aún… (Ríe). Sé que puede sonar hasta blasfemo viniendo de un profesor de arte, pero personal y sinceramente no me interesan. Entonces pensé: “no, no voy a ir a turistear los murales. Providencialmente me encuentro con el Centro de la Imagen de México recién formado, creo que llevaba recién un año funcionando y actualmente es un referente importantísimo en el estudio y divulgación de la fotografía para Latinoamérica, ya editaban ‘Luna Córnea’, revista mítica a estas alturas. Su biblioteca no eran manuales, que era casi lo único que podías encontrar en Chile entonces, sino reflexión, teoría, ensayos, revistas especializadas en fotoreportaje, ediciones de fotolibros, obra y autores. Y así pasaron algunas semanas de oyente a lo que fuera, nadie me cerró las puertas; en la biblioteca, revisando, leyendo, conversando con fotógrafos y editores, estaba en el momento justo en el lugar preciso.
– En ese tiempo tenía 29 años, y el switch fue: “oh, esto es la fotografía, así se piensa, estos son otros referentes, hay una historia de la foto que desconocía”, en fin, nada de lo que había visto en Chile y la decisión: “me voy a dedicar a la fotografía y dejaré la pintura”. Mi última exposición de pintura la hice en Ciudad de México, era un compromiso.
– Comencé a trabajar con fotografía digital muy prontamente, el ’96, el ’95 ya comencé a hacer el viaje análogo a digital, experimentando en forma paralela con cerámica, dibujo, fotografía, extraño para la época, en Concepción o eras pintor o grabador, escultor, o conceptual entonces sentía la “simpatía penquista” con algunos poco cariñosos comentarios, pero eran solo rayas en el agua, como decía un amigo de infancia.
– Pasamos por la génesis de ti como artista, pasamos por el paisaje como objeto central de tu arte, y ahora quiero que nos conectemos con la actualidad, con la fotografía hoy. Sabemos que existen muchos fotógrafos hoy, que puedes comprar una cámara réflex y comenzar a hacer fotos, revelar, pasar por todos esos procesos. Y como es más accesible (en términos económicos) eso hace que haya más fotógrafos, de distintas áreas; por ejemplo, el reportero gráfico, de noticias, que tiene una fotografía más ‘cruda’; el fotógrafo social, que encontramos en eventos (conciertos, artistas, etc.), pero no el que trabaja en medios, sino que trabaja para él mismo; y tenemos fotógrafos artísticos, que tienen mucha variedad. Como decías, también existe la tendencia a escapar de la ciudad y hacer fotos de paisajes donde todo es muy verde… etcétera. ¿Cuál crees que es el Estado del Arte en la fotografía actualmente, tomando en cuenta que uno puede buscar clases de fotografía y revelado en Youtube o en libros? Porque cuando tú comenzaste te encontraste con nada, tuviste que ir a México para descubrir que sí había una preocupación, y tomar la decisión de que iba a ser tú mundo…
– Bueno en primer lugar es un tiempo de mucho acceso, lo digo desde mi experiencia en el campo formativo principalmente en mi trabajo con el área de fotografía estatal en numerosos talleres a fotógrafos y artistas en el país, en regiones, práctica que realizo con cariño y donde descubres gente con talento. Me gusta la docencia en ese ámbito, pero viendo fríamente el asunto de acceso a la información y oportunidades lo podría ejemplificar como: “tienes hambre y llegas a un lugar donde hay carnes, pescados, sushi, pastas, delikatessen gourmet, pero también sopaipillas, longanizas, tortas y helados, tienes toda ese cantidad de comida de todo tipo; pero llegas con hambre y picoteas de todo… Te vas a enfermar de la guata”. Esa es la sensación, hay demasiado.
– Hay información hasta en la red, buenos tutoriales (filtrando bien llegas a buenos cursos de otra forma llegas a otros muy malos, con un chilango tratando de explicar algo con música metalera de fondo). Puedes armar tu propia escuela asistiendo a cursos, seminarios, postulando a becas, por ejemplo; la totalidad de los cursos que he realizado para el área de fotografía del gobierno son gratis, se postula. Imagínate, muchísimas oportunidades, que no tuve. El mismo acceso a cámaras, algunas muy baratas, diversidad de modelos, o sea, hasta los celulares te sirven. ¡Para qué decir los textos! Hay librerías que tienen secciones de teoría y una discreta, pero significativa lista de autores, festivales de fotografía, talleres de fotolibros, residencias, etc. Acceso, acceso, acceso… Es cosa de navegar por Instagram y te encuentras con todo el mundo de los fotógrafos. Entonces con toda esa explosión el riesgo que es te enfermes de la guata. ¿Por dónde debo partir? ¿Qué se come primero? ¿Cómo asimilas toda esa información? Las redes sociales te engañan también con los likes; “Todo el mundo me dice que soy fantástico” y al ojo experto no eres tan fantástico. Entonces la endogamia, esa gula, esas exponenciales posibilidades, es lo que se debería aprender a filtrar, tal vez volver a conversar, no tantos cursos, los precisos… Hay ex alumnos a los que les he dicho “oye, ¿cuándo paras?”, “¿cómo soportas tanto direccionismo? ¿Cuándo te quedas solo, sin que te digan esto o lo otro en fotografía?”. Pero puede más la ansiedad, el afán por editar antes que se te seque el ombligo un fotolibro, gastarme una fortuna en una full frame,tengo que exponer…
-¿Cuándo te detienes a pensar? De manera profunda, a pensar la fotografía. A darle rienda a la creatividad, una palabra que ya es un poco obsoleta, ¿no?, porque está sobrepasada por la palabra estrategia. Es como un tablero chino; “hago esto, luego hago esto otro, me hago amigo de este, lo invito a esto, luego él me invita a mí”, etc. Y tengo que tener cierta vigencia con cierto modelo de fotos, y me empiezo a convencer que pareciera ser que está bien, porque me dicen que está bien, además tengo la venia de algún curador… Entonces creo que el estado del arte es un momento interesante, pero parece que hay detenerse y darle densidad. Volver a la soledad necesaria para la creación. Un escritor no creo que pueda estar escribiendo rodeado de diez sujetos o yendo a mil cursos, menos un poeta… a menos que tu línea de trabajo con la fotografía no sea lo artístico, no sea la expresión, no sea la comunicación a esa escala.
Otro fenómeno es parte de los fotógrafos operativos, necesarios como oficio en la actualidad, los naturalistas, los forenses, los de medios de comunicación, el fotógrafo que es un mundo en sí mismo, el que se hace llamar ahora fotógrafo de bodas, antes llamados fotógrafos de matrimonios o los “rifleros”, en nuestra jerga (ríe), pero resulta que ahora al riflero de eventos le subió el pelo, tienen sus propios seminarios, sus propias medallas, se premian, y cada vez son más sofisticados… Que los cabezales flash, que los strobe, logran fotos con un ambiente lumínico casi Stranger Things, irreales, con reflejos, con luces saliendo de una pileta o río ,muy cinematográfico.
– Ese fenómeno de artificialidad creo que es correspondiente a un fenómeno social, de arribismo, de nuevos gustos, que sin duda y en una ficticia curatoría invitaría gustoso a un fotógrafo de bodas porque logran una conexión con la realidad y le agregan esa artificialidad que simplemente nos refleja como país.
– El ejemplo anterior es un reflejo entre muchos estados y desarrollos de la práctica, la oferta de recursos y tecnología ha influido positivamente en la ampliación del oficio, cada vez más especializado. En Chile tenemos a uno de los mejores fotógrafos de arquitectura de Latinoamérica, que es Cristobal Palma, en fotografía de espectáculos musicales a Carlos Müller, en fotografía de deportes, específicamente el surf, a Romilio Pasmiño también de Concepción en impresión fina fotográfica, edición y publicación a Jorge Gronemeyer con su Taller Gronefot, nombres que se destacan en campos muy específicos de la practica fotográfica.
– Entonces, en resumen, si tú me hablas de una mirada al fenómeno actual de la fotografía, en primer lugar, está el tema de la explosión de la oferta, que genera indigestión, pero luego viene el filtro donde unos pocos se especializan y se transforman en los mejores.
– Entonces, como dices, existe un fenómeno y –eventualmente- en 20 años quizá tengamos ya no más explosión, pero sí varias escuelas especializadas de fotografía…
– Exacto, de hecho, ahora hay hasta una carrera de fotografía autoral, en Santiago. No sé si es un diplomado o una carrera, pero es una especialidad de fotografía de autor…
– Tiene que ver quizás con un paradigma actual respecto al arte y la creación, porque se ha distinguido harto esto del diseño de autor, cerveza de autor…
– (Ríe) Sí, es la época. A veces todo está sobrecargado de algo que no es. Pero bueno, en eso estamos, tan similares, tan vestidos iguales, que la diferencia se dará por una cuestión cíclica; antes fueron los caracoles, luego los malls gigantes, ahora el restaurant chico, la cocina de autor, la cerveza de autor, la fotografía de autor, todo tiende al local con la pizarrita con tiza de colores. Vuelven los ciclos, pero unos pocos sobreviven con su obra. Porque también “lo autoral” es estrategia. No olvides que la palabra creatividad está superada o reemplazada por la palabra estrategia. Y al final esta supuesta identidad también es una consecuencia de la estrategia; la pureza, lo orgánico, ya es un capital rentable, transable y nos cazan igual. O eres un anarco absoluto o haces como que estás al día, pero no eres tú al final. Entonces, haciendo un tábula rasa, siempre van quedando poquitos. En la música, en el cine, en todos lados es lo mismo.
Texto: Fabián Rodríguez